Ya estoy de vuelta.
En esta época del año, temporada de lluvia, no apetece quedarse muchos días en los pueblos.
Llueve cada día, aguaceros, lluvia tropical. Yaviza es un pueblo grande y vivir aquí estos días es vivir entre aguas estancadas, basura, cadáveres de animales en putrefacción y plásticos flotando, buitres y mosquitos. Lo siento, estamos lejos de la imagen idílica que nos gustaría tener siempre. Es la realidad.
Suelo viajar en piragua bastante más lejos que este pueblo, pero en esta estancia, había coordinado quedarme aquí y las artesanas vinieron hacia mí en piraguas, organizo el viaje para ellas desde sus pueblos.
A ellas, les gusta que vaya a su pueblo, que visite su casa, pero algunas veces les pido que vengan ellas a ese pueblo más grande, me ahorra también mucho tiempo. Mucho tiempo significa 8 horas de piragua diarias en los ríos de la selva. Venir aquí les permite a ellas comprar aceite, arroz y algunos productos básicos que no encuentran en sus aldeas.
Fue una estancia densa, como siempre.
En uno de los pueblos donde habíamos previsto una producción de entre 30 y 40 máscaras, salieron muchas más. Intento repartir la producción entre varios pueblos, repartir los ingresos entre ellas. La semana anterior a mi llegada, me anunciaron 65 máscaras y llegaron con unas 100.
Tengo una coordinadora en cada pueblo pero es difícil siempre coordinar. Algunas veces las artesanas trabajan poco y no me entregan la producción prevista, otras veces trabajan más y como esta vez, se apuntan nuevas artesanas desconocidas sencillamente porque quieren colaborar, pero no avisan y el trabajo no siempre está a la altura de mis exigencias.
También debo llevar siempre todo el dinero en cash encima, por eso me es necesario cuadrar lo más posible antes de viajar, pues es peligroso viajar con tanto dinero por allí.
Unas experiencias pasadas me enseñaron también que debo siempre actuar con precaución porque las artesanas que trabajan conmigo desde hace muchos años no siempre aceptan que incorpore a nuevas personas. Hay mucho celo y envidia entre ellas.
Debo actuar con mucha delicadeza.
Nuestras mentalidades y formas de razonar son tan diferentes que mi lógica no siempre es la correcta :-)
Suelo comprar siempre más de lo que necesito y más de lo que puedo vender, porque me cuesta decir no.
Las máscaras más sencillas ahora se encuentran en mi catálogo con la clasificación: PRIMITIVOS. Son menos sofisticadas, menos finas que las otras, pero muy auténticas.
Muchas de las artesanas se esfuerzan para que el trabajo producido sea cada vez mejor, más fino, acorde a lo que pido y a lo que aconsejo, y hacemos maravillas. Pero otras artesanas menos escrupulosas, quieren aprovecharse de mi tendencia a acompañar a todas las familias y ayudar; se relajan e intentan engañarme sobre la calidad. Tengo que llamarles la atención a menudo. Soy muy exigente.
Cuando estoy allí vivo situaciones que oscilan entre desesperación y risa, pero una vez me alejo, reconozco que tengo más alegrías y risas en lo que hago, que penas.
La pena esta vez, vino de otro lado, y me lo esperaba.
Cada día llegan a Darién miles de migrantes. Los que llegan acaban de cruzar la jungla, han pasado como mínimo una semana en condiciones indescriptibles.
Llegan a las comunidades indígenas, concretamente a Bajo Chiquito, solo hay una ruta desde Colombia, organizada y totalmente controlada por la mafia del narcotráfico, los “narcos”.
Miles de migrantes están llegando a comunidades indígenas de 200 a 300 personas, alterando el equilibrio de estas comunidades.
Actualmente, entre mil y mil quinientas personas llegan allí cada día, muchas familias con niños pequeños. La mayoría de las mujeres han sido violadas y algunas veces delante de sus hijos. Llegan heridos, agotados, han visto cadáveres en el camino, se han encontrado serpientes, han sido atacados y robados, su mirada lo dice todo.
Los veía caminar cada día a lo largo de la carretera, padres cargando sus hijos pequeños en brazo, apenas un par de mochilas para toda la familia.
Les colocan en refugios y de estos refugios salen cada noche buses para Costa Rica, allí se mandan y se descargan, al otro lado de la frontera. Panamá no quiere migrantes en su territorio. Es un baile incesante de buses que salen y regresan.
Son 60 dólares el viaje por persona, una familia de 4 personas debe procurarse 240 dólares… Los que no tienen el dinero, son los que vi caminando. De aquí a la frontera con Estados Unidos quedan aproximadamente 5000 kilómetros y 6 países para atravesar, y eso después del infierno de Darién.
En los buses van un poco más de 50 migrantes, el sábado pasado mientras estaba allí, salieron 27 buses, el día siguiente salió otro convoy y así casi a diario.
Salen de noches, convoy de 5 o 10 buses avanzando juntos, llenos de almas malheridas.
Allí se habla de ellos como de personas sin cara, sin vida personal… son siempre y solamente “los migrantes”.
Me encontré en la situación de acercarme una noche a uno de esos albergues justo antes de que saliera un convoy porque la persona que me llevaba tenía que pasar a recoger el dinero de un viaje.
Un viaje es un ingreso neto de 2800 dólares para el dueño del bus. Para quien ha comprado un bus (o varios) es un negocio muy lucrativo.
Mientras mi chofer contaba sus dólares, yo miraba estos buses llenos, listos para salir, con sus luces rujes crepitando en la noche profunda de la jungla como las luces de un parque de atracción. Quedaré empapada de por vida de esta pena y este sentimiento lastimoso.
Hay tal vez algo peor ver que la miseria y es ver la indiferencia a la miseria.
Aprendo en cada uno de mi viaje. El aprendizaje es duro, pero es un camino.
Y ahora más que nunca, sigo creyendo en la magia.